miércoles, 1 de agosto de 2012

San Juan de Avila:espiritualidad.

Proveniente de Salamanca primero, y de Alcalá, con su vía trisistémica, después, San Juan de Ávila se presenta como un producto de la perspectiva de la Reforma Española. Hay quien lo ha querido asimilar de una manera "radical" a la llamada vía paulista en boga en aquellos tiempos, pero la lectura de su acabada obra Audi, filia permite una perspectiva para descodificar sus otras obras, epistolario y sermones que muestra un panorama mucho más variado. El Santo de Ávila, más que pertenecer a una corriente determinada, parece representar una combinación de diversas vías que se dan encuentro en las también diversas etapas de la Reforma Española. En él la vía de la oración metódica se encuentra con la vía paulista, y con la de los beneficios divinos, con la de virtudes contra vicios, con la del propio conocimiento, y así en adelante. Igualmente el humanismo se da encuentro con el cristocentrismo de su espiritualidad, destacando el seguimiento del Señor Jesús y el camino del amor transformante. A pesar de que algunos busquen destacar rasgos erasmianos en San Juan de Ávila -y para ello resalten que había leído algunas obras del de Rotterdam, probablemente desde Alcalá, que lo cita en algunos de sus trabajos, y que en alguna ocasión recomienda la lectura de algún libro de Erasmo (26)-, no se ve cómo puedan eliminarse de su vida y sus escritos el apasionado amor eucarístico, la reverencia litúrgica, el amor por el Santo Rosario y su ejercicio cotidiano, el valor de las imágenes y tantas otras características que en nada se compadecen con el camino de "interiorizaciones" de la perspectiva erasmista. Por lo demás, otras diversas razones culturales hay para explicar las coincidencias respecto al camino de profundización interior, que en el Santo de Ávila es sendero de mayor seguimiento del Señor Jesús y de transformación por el camino del amor.

Así, pues, lo primero que se puede decir es que la espiritualidad de San Juan de Ávila es una expresión de la Reforma Española, añadiéndose a continuación que constituye una síntesis original de diversas vías entonces en boga, fundidas en el crisol de la experiencia personal del Santo de Ávila al transitar los caminos por los cuales lo iba guiando el Espíritu. Ante las antítesis en las que se quiebra la perspectiva erasmista, se alza la síntesis lograda de diversas perspectivas que en la vida de San Juan se tornan en respuesta a la gracia recibida y en recorrido, con ella, por un seguro sendero de perfección. La espiritualidad del Santo lleva su huella personal. Es una impostación propia de la gran espiritualidad de la Reforma Española con diversas de sus vías. Sus acentos son ciertamente distintos de los de otras síntesis. Se asemejan más a algunos, y se distancian de otros.

P. Pourrat, en su famosa obra La espiritualidad cristiana, con rápidos trazos describe el horizonte en que se manifiestan los rasgos activos de la síntesis viva de San Juan, tanto en su predicación como en sus escritos: «Instruir a los ignorantes, convertir a los pecadores, exhortar a la práctica de la perfección y preservar del error a las almas, santificar al clero; tal era el estado de su celo» (27). Por el ardor evangélico que se muestra en el deseo de anunciar la íntima vivencia de la fe en el Señor Jesús, se ha aludido a su concreción apostólica, manifestada en tan variadas formas, como expresión de lo que se ha llamado una «teología paulina de acción» (28).

Cabe destacar la centralidad del amor en su camino espiritual. Ante todo el amor a Dios, del que brota una sed de la gloria de Dios y el servicio apostólico. Luego, lo que el padre Granada destaca como «un corazón tierno y muy de carne para aver compasión de los hijos», y el amor a los prójimos en general. Para él la causa del amor es Cristo, «el cual recibe el bien al prójimo hecho, y el perdón al prójimo dado, como si a Él mismo se diera».

Un segundo acento es el cristocentrismo de su vida interior. Siempre invita a tener presente quién es Jesucristo. Esta perspectiva se extiende a los diversos misterios de Nuestro Señor, que invita a profundizar, pero de manera muy especial se concentra en aquellos de su Pasión y Muerte. Dice el Santo de Ávila: «Los que mucho se ejercitan en el propio conocimiento, como tratan a la continua y muy de cerca, sus propios defectos, suelen caer en grandes tristezas, desconfianzas y pusilanimidad de corazón; por lo cual es necesario que se ejerciten en otro conocimiento que les alegre y esfuerce, mucho más que el primero les desmayaba. Y para esto, ninguno otro hay igual como el conocimiento de Jesucristo nuestro Señor; especialmente pensando cómo padeció y murió por nosotros». La confianza en Dios fundada en los misterios redentores es también una nota significativa de su experiencia de fe. El Apóstol de Andalucía tenía, como se ha dicho, una manifiesta y grande devoción al Santísimo Sacramento. En una ocasión en diálogo familiar señaló: «No teneis aí el Sanctissimo Sacramento? Quando yo dél me acuerdo, se me quita el deseo de todo quanto ay en la tierra». En sus enfermedades, para poder comulgar sin el prescrito ayuno previo -recordemos que entonces la disciplina del ayuno era muchísimo más extensa que hoy- obtuvo un Breve del Papa Pablo IV, en 1558.

Al tratar De la devoción que tenia à nuestra Señora, el padre Granada dice que San Juan de Ávila «como era tan amigo del Hijo, assi lo era de la Madre. Porque es tan grande la unión y liga que ay entre Hijo y Madre, que quien ama mucho al uno ha de amar mucho al otro». Y así lo vemos unir los sagrados misterios del Señor con la presencia de su Madre. Por ejemplo al señalar diversos pasos de la Pasión para meditar según los diversos días de la semana, llegado al sábado, dice San Juan: «Y en el sábado quedaos de pensar en la lanzada cruel de su sagrado costado, y como le quitaron de la cruz y le pusieron en brazos de su sagrada Madre... Y tened memoria de pensar en este día las grandes angustias que la Virgen y Madre pasó, y sedle compañera fiel en se las ayudar a pasar, porque allende ser cosa debida os será muy provechosa».

Otro rasgo de su espiritualidad era la conciencia siempre presente de la dignidad del sacerdocio, y del don que significaba ser llamado a tamaño servicio. Esto influye sobre los desvelos que testimonia por la recta formación de los sacerdotes. Ante la grandeza del sacerdocio que San Juan de Ávila tenía, el padre Luis de Granada, que lo sobrevive algunos años, llega a decir: «A algunos por ventura parescerá riguroso este parecer, tomando para esto por argumento la costumbre de los tiempos presentes; mas este Padre pésa las cosas con el peso del Sanctuario (que diximos) esto es, con la estima que desta dignidad tuvieron los sanctos antiguos, por cuyo parescer él se regia». El de Ávila escribía en una ocasión a un sacerdote: «Pues que, por la gracia de Jesucristo, es vuestra merced sacerdote, asaz tiene en que entender para dar buena cuenta de oficio tan alto y tan tremendo aún para hombros de ángeles. Estime mucho este misterio, agradezca esta merced, y esta consideración le sea bastante a recogerle cuando estuviera distraído y a ponerle espuelas cuando se viere flojo; y ansi se enseñoree de su corazón esta merced, que por ella se tenga muy obligado a servir con gran diligencia al Señor; y le ponga gran cuidado para así ejercitar oficio tan soberano, que agrade a los ojos del que se lo dio» (29).

El Papa Pablo VI, en la homilía de canonización de Juan de Ávila, destaca su fe en la vocación sacerdotal. «Tiene conciencia de su vocación. Tiene fe en su elección sacerdotal. Una introspección psicológica de su biografía nos llevaría a descubrir en esta certeza de su "identidad" sacerdotal la fuente de su celo impertérrito, de su fecundidad apostólica, de su sabiduría de preclaro reformador de la vida eclesiástica y de delicado director de conciencia. San Juan de Ávila enseña al menos esto, y sobre todo esto, al clero de nuestro tiempo, que no dude de su ser: sacerdote de Cristo, ministro de la Iglesia, guía de los hermanos. Él advirtió profundamente lo que hoy algunos sacerdotes y muchos alumnos de los seminarios no comprenden como un deber corroborante y un título específico para la cualificación ministerial en la Iglesia, la propia definición -llamémosla también sociológica- separada de aquella que, como siervo de Jesucristo y como Apóstol, San Pablo daba de sí: "Separado para anunciar el Evangelio de Dios" (30)» (31).

Así, pues, el Santo Maestro de Ávila en términos generales representa cabalmente la espiritualidad de la Reforma Española, en una específica concreción espiritual, con los acentos particulares surgidos en su recorrido por los caminos por los que lo conducía el Espíritu Santo.

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