miércoles, 1 de agosto de 2012

Tratado, audi,filia (escucha hija).

                                                                       Audi, filia
Dedicados a Dña. Sancha Carrillo, dirigida suya, San Juan va escribiendo algunos pliegos con advertencias sobre el buen vivir en los caminos de la fe, teniendo como inspiración el salmo 44(45), cuyo versículo 11 empieza en latín con las palabras «Audi, filia» («Escucha, hija»).

El tratado pasará por no pocas vicisitudes, desde su origen primero como escritos «ocasionales» de dirección espiritual específicamente dirigidos a una persona concreta con ciertas características propias. Poco tiempo después de ser liberado por la Inquisición, a mediados de 1533, el de Ávila completaba el núcleo inicial de lo que sería la famosa obra (33). Para 1535 empiezan a circular manuscritos de la misma que en poco tiempo muestran añadidos y corrupción textual al punto que se hace necesario que el autor fije su texto a través de la imprenta. Aún demora un tiempo, probablemente con escrúpulo por cómo habrían de ser tomados ciertos pasajes. Nos podemos hacer una idea de lo que podría haber pensado que le ocurría a su escrito, si hacemos una lectura retrospectiva de lo que le dice a Teresa de Ávila, ante una consulta de la Santa, en carta del 12 de setiembre de 1568: «El libro no está para salir a manos de muchos, porque ha menester limar las palabras de él en algunas partes; en otras, declararlas; y otras hay que al espíritu de vuestra merced pueden ser provechosas, y no lo serían a quien las siguiese; porque las cosas particulares por donde Dios lleva a unos, no son para otros» (34).

En todo caso, hacia 1539, una redacción completa del Audi, filia era conocida por fray Luis de Granada, quien con admiración seguía los pasos espirituales de Ávila. En 1545, el Conde de Palma, Luis Portocarrero, ofrece sufragar la edición. Ya no se trata de la obra original, sino de un tratado más amplio y que corregía «muchas mentiras peligrosas» que se habían ido colando en las muchas copias a mano que circulaban, a punto que «siendo por mí compuesto, yo mismo no le entendía», escribe San Juan en su dedicatoria al Conde de Palma.

«El intento del libro es dar algunas enseñanzas y reglas cristianas, para que las personas que comienzan a servir a Dios, por su gracia sepan efectuar su deseo. Y estas reglas quise más fuesen seguras que altas, porque, según la soberbia de nuestro tiempo, de esto me pareció haber más necesidad. Danse primero algunos avisos, con que nos defendamos de nuestros especiales enemigos, y después gástase lo demás en dar camino para ejercitarnos en el conocimiento de nuestra miseria y poquedad, y el conocimiento de nuestro bien y remedio, que está en Jesucristo. Las cuales dos cosas son las que en esta vida más provechosa y seguramente podemos pensar».

Sin embargo, la convocatoria del Concilio de Trento, en 1546, mueve a San Juan a esperar los resultados de las decisiones conciliares, porque entre otros asuntos en su obra hace referencia al tema de la justificación que sería materia del Concilio.

Mientras trabajaba en introducir las enseñanzas tridentinas, en 1556, un editor de Alcalá de Henares, Luis Gutiérrez, publica sin consultar con el autor, Avisos y reglas christianas para los que dessean servir a Dios, aprovechando en el camino espiritual. Compuestas por el Maestro Ávila, sobre aquel verso de David: «Audi, filia, et vide et inclina aurem tuam». Se trata del texto del manuscrito dedicado al Conde de Palma, que por alguna copia manuscrita llegó a Luis Gutiérrez.

El tratado ascético y místico, uno de los primeros dedicados a todos los fieles en general, en el que el autor insiste en medios como el conocimiento propio, la oración y la penitencia, y en el que anima a recorrer un camino iluminado por la misericordia y el amor de Dios, los méritos de Cristo, el amor al prójimo como respuesta al amor de Dios, etc., fue incluido en el Índice de libros prohibidos de 1559, junto con alguna obra de San Francisco de Borja, y obras de fray Luis de Granada, entre otros muchos.

El Índice fue responsabilidad del entonces Inquisidor General Fernando de Valdés (35), y ha estado sumergido en una intensa y apasionada polémica. Incluía el catálogo obras de variada índole, desde libros hebreos o mahometanos, pasando por textos de nigromancia, hasta aquellos portadores de proposiciones heréticas, o erróneas, o escandalosas, o sospechosas. Respondía a un amplio panorama con un trasfondo de peligros, en donde buscando, según sus luces y afectos, amparar los contenidos de la fe y la praxis cristiana, los inquisidores cayeron con sus censuras sobre no pocas obras. Como se sabe, la polémica sobre el Índice sigue hasta nuestros días. Pero el caso es que el Maestro Ávila toma noticia de las censuras y procede a reformar más el Audi, filia, lamentando que la obra fuera publicada «sin la corrección del autor». En realidad el estilo algo fogoso y por momentos nebuloso que se percibe en algunos pasajes de la primera edición, pudo haber llevado a ciertas imprecisiones que detectan los peritos de la Inquisición y que motivan la censura del libro. Habría que tomar en su debido peso lo que fray Álvaro Huerga señala sobre el famoso predicador, más dado al estilo oral que al escrito: «Casi nunca escribió Ávila para la imprenta: escribía para los amigos, para las almas. Las copias circulaban de mano en mano, exhalando perfume y doctrina. Las ediciones son generalmente tardías» (36). Así se constata en este caso del Audi, filia.

Ya por los problemas suscitados, ya por aquellas razones que mencionará con gran minuciosidad y detalle en su carta a Santa Teresa, ya referida, el Maestro Ávila irá depurando su trabajo, expurgándolo de todo lo que pudiera llevar a error o escándalo, precisando conceptos y expresiones, ampliando pasajes e incluso introduciendo nuevos capítulos en busca de mayor claridad que en la primera edición. Inclusive hasta finales de 1568 tomará en cuenta las observaciones a su trabajo formuladas por el dominico fray Alberto de Aguayo (37), más adelante Obispo de Astorga. Con las enmiendas del tratado tenemos la edición definitiva, obra de toda una vida de San Juan de Ávila, póstumamente publicada en 1574 por sus discípulos con el título de: Audi, filia. Libro espiritual, que trata de los malos lenguajes del mundo, carne y demonio, y de los remedios contra ellos. De la fee y del proprio conoscimiento, de la penitencia, de la oración, meditación y passión de Nuestro Señor Iesu Christo, y del amor de los proximos.

El largo proceso de redacción, precisión, depuración y de humilde corrección del Audi, filia pone de relieve una característica fundamental del Santo: su inmenso amor a la Iglesia. No se aferra a lo suyo, no se cree medida de todas las cosas, no usa de influencias para evitar tener que rectificarse, no lanza sutiles ni explícitas campañas de propaganda para rodearse de una aureola que lo haga una especie de "intocable", no usa el esquema de "víctima" de incomprensiones, ni nada que a estas argucias se asemeje. Su amor a la Iglesia, su confianza en los Pastores, lo conduce con serenidad por el camino de la humilde rectificación. El cuidado y diligencia que pone en ello, muestra también claramente su respeto por el ser humano, a quien no quiere defraudar ni guiar por senderos de error. Predomina en él una eclesiología clara que se expresa tanto en sus actos como en su enseñanza: «Siempre veremos esto -dice- en los amigos de Dios: que cualquiera corrección que de parte de Dios se les da, cualquiera reprehensión que se les haga, la admiten con grande voluntad y con muy alegre corazón, sin indinarse contra los ministros que Dios toma para aquel oficio; los malos, al revés» (38). San Juan de Ávila se muestra así, con sus hechos, como un "amigo de Dios".

Los rasgos principales de la doctrina espiritual expuesta en la edición de 1556 son fundamentalmente los mismos que en la definitiva de 1574. Sin embargo, los cambios que se hicieron necesarios son claramente perceptibles en algunos pasajes y en varios añadidos. Una comparación de ambas ediciones deja ver que muchos de éstos son prudentes precisiones para aclarar ideas que quedaban oscuras o que expresadas sin el necesario rigor y el debido matiz teológico eran susceptibles de llevar al error (39).

En el libro se puede apreciar una visión más o menos sistemática de la enseñanza espiritual de Ávila. Incluso en muchas de sus cartas se perciben ecos muy claros de las mismas ideas que se encuentran recogidas en el libro. En todo caso no hay que olvidar que el Audi, filia es una obra que se va depurando y precisando a lo largo de algunas décadas y en ese sentido refleja el proceso de maduración de su autor y su crecimiento en experiencia, en doctrina y en vida cerca al Señor.

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